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De niño fui flaco, pero mi genética tiende al sobrepeso y a la diabetes; incluso mi abuela murió de eso. Practiqué algunos deportes, como la natación, pero la verdad es que siempre le di la vuelta a las frutas y a los vegetales, simplemente nunca me llamaron la atención. Con el tiempo los dejé de comer a la fuerza, pero el daño ya estaba hecho. En cuarto o quinto de primaria empecé a subir de peso.
En la escuela me molestaban por gordo y rápidamente me acostumbré a pelear para defenderme de las agresiones de mis compañeros. Recuerdo que mis papás me llevaron con un par de nutriólogos, pero para mí no tenía sentido y seguí las dietas a medias.
Al llegar a la adolescencia lo hice con kilos extra, pero no hice nada por cambiar la situación. Pasaron muchos años, y a los 28, mi mejor amigo me pidió ser padrino de su boda. Entonces me dieron ganas de verme mejor y a raíz de eso me puse en manos de una nutrióloga y empecé un régimen en el cual cambié radicalmente mi alimentación.
Al mes mis compañeros del trabajo se empezaron a sorprender con mi apariencia. Era increíble ver cómo mi cuerpo empezó a eliminar la grasa y mis facciones se afilaban. Mi alimentación incluye gran cantidad de proteínas y pocas o cero grasas y azúcares. Empecé a tomar agua natural, le bajé al alcohol, y puse en práctica ejercicios muy sencillos que me recomendó la doctora. De pronto, todo estaba cambiando.
Hace once meses que empecé esta aventura y he bajado 23 kilos y medio. Lo más importante es que aprendí a elegir alimentos saludables y a modificar mis porciones. Aunque debo bajar 17 kilos más para llegar a mi meta, hoy sé que es posible lograrlo con constancia y convencimiento. Mi salud está de por medio.
Cuando llegue a mi peso quiero mantener el control de lo que como y evitar en lo posible los antojos. Me motiva saber que mis papás están felices y orgullosos de este logro que me está alejando de un muchísimas de enfermedades. Hoy sé que esto no es de “no puedo… es de debo".